A poca distancia en coche de Valencia se encuentra la laguna de la Albufera, un humedal vasto y de tierras fértiles que alberga la laguna más grande de España y los famosos cultivos de arroz de la región, introducidos por los árabes en el siglo XII. Allí, entre sus campos, sus canales, sus cañas, sus casas de agricultores, las barracas, en un entorno increíblemente bello y auténtico que inspiró al escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez para muchas de sus novelas entre la que destaca la popular "Cañas y Barro", íbamos a pasar una excelente tarde de verano en un entorno mágico y casi surrealista.
Habíamos llegado a Valencia capital en AVE y al no tener coche contratamos la opción de bus turístico más la visita al lago de la Albufera que incluía el paseo en barca. Lo podéis hacer a través de este enlace: Bus turistico de Valencia y de esta manera llegamos al destino, aunque también se puede ir en coche en dirección a la Carretera del Saler (V-15), que parte de Valencia y que atraviesa el parque de norte a sur hasta el Saler. A través de los Autobuses Herca, que tiene una línea que va desde Valencia hasta el Perelló, pasando por El Saler y El Palmar. O por último se puede ir con la línea 25 de la EMT de Valencia que permite conectar el centro de Valencia con la Albufera.
La Albufera es un lugar ideal donde practicar el senderismo y la observación de aves. Pero si hay algo que no se puede dejar de hacer viniendo a este lago, es un paseo en barca. Y eso fue lo que hicimos nosotros antes de caer la tarde, que es el momento ideal de hacerlo, porque los atardeceres de la Albufera junto con lo de la bahía de Cádiz y los de las llanuras de la Mancha son lo más bonitos de España. De estas tierras surge La Paella entre los siglos XV y XVI, por la necesidad de los campesinos y pescadores de una comida fácil de preparar y con los ingredientes que tenían a mano en el campo.
Disfrutar de este paisaje desde este punto de vista, llegando a la parte central de la laguna es algo que se tiene que hacer, sí o sí, a menos que el clima lo impida, por supuesto. Ir navegando en la barca era como flotar en una dimensión extraterrestre, sin apenas otros humanos a la vista, solo un pescador que regresaba a la costa y que una vez que había pasado en su diminuta embarcación dejando una pequeña estela sobre el agua, no había nada que perturbara la superficie del lago, similar a un espejo. Y espejo del sol lo denominaron los árabes en algunos poemas.
La navegación entre canales sorprende. Ver las siluetas de las casas en el cercano pueblo del Palmar y las antiguas barracas, casas típicas de la Albufera que se asientan en el borde del lago, nos hace olvidar el paso del tiempo.
La Albufera que toma su nombre del árabe (al-buharya) que significa pequeño mar, fue declarado parque natural en 1986. Sus orígenes fueron la separación del mar mediante los sedimentos depositados por los ríos Júcar y Turia que formaron un cordón arenoso llamado restringa. En este mapa podéis ver su ubicación y la extensión del parque,tomado de la Paisajes Turísticos Valencianos.
Su agua es dulce, debido a que se nutre de agua de acequias y manantiales existentes en el propio lago, por lo tanto, es un lago o laguna de 2.800 hectáreas, con unos seis kilómetros de diámetro, aunque en la época romana llego a tener 30.000 hectáreas. Se trata de uno de los escenarios acuíferos al aire libre más valiosos de todo el levante peninsular.
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En el complejo ecosistema que rodea el mar se cultiva bien el arroz, en parcelas a veces arrebatadas al mar por los huertanos. Por otro lado, alrededor de la laguna se desarrollan espesos cañales y juncales, que cobijan una interesante colonia de aves, con hasta 250 especies diferentes catalogadas.
Por fin, dejamos atrás los bancos de juncos y nuestros únicos compañeros fueron las bandadas de aves silvestres que se asentaron en la laguna lo más lejos posible de nosotros. Nos dirigíamos al centro de la laguna.
Expectantes al querer saber que nos esperaba al salir del laberíntico curso que formaban los juncos y las cañas. Nuestra barca se dirigía a un espacio abierto inigualable que iba cambiando de color a medida que iba cayendo la tarde y que solo por su contemplación merecería la visita.
Al caer la tarde, el único color que percibíamos era una delgada franja de luz naranja que el sol proyectaba de vez en cuando a través de la pared de nubes. Hermoso, quedaría escaso para definir el espectáculo que estábamos observando, era sin duda un paisaje fascinante y misterioso, como esperamos que estas siguientes fotos os lo confirmen.
El sol iluminando la superficie del agua, sacándole un brillo especial, razón más que suficiente para la inspiración de numerosos artistas entre los que destaca el insigne maestro Joaquín Sorolla que lo plasmó en el maravilloso cuadro “Barco de la Albufera”. Nosotros lo vivimos, lo entendimos y lo disfrutamos.
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