Al volcán Etna también se le denomina como "Monte Etna" ya que en realidad no es un volcán si no cuatro, ya que son cuatro los cráteres que se han formado, el último en 1971, en esa montaña de 3322 metros. El Etna es el volcán activo más grande de Europa continental (el Teide es más alto). Alrededor de los cráteres, las coladas de lava evidencian la presencia de la incesante actividad del volcán. Hoy en día el Etna, que domina toda la provincia de Catania, se parece a un enorme cono negro (blanco en invierno), visible dentro de un radio de 250 km.
Una presencia impresionante y perturbadora de la que todo el pueblo de Catania y su región, a pesar de que percibe la amenaza, están orgullosos de él y de su pasado histórico, porque incluso los marineros no necesitaban ni faro ni brújula, solo con observar los vapores y erupciones de esa montaña viva podían guiarse. Además, la fertilidad de la tierra volcánica hace que la agricultura, con viñas y huertos, se extienda a lo largo de las laderas de la montaña. La superstición, el mito y la leyenda, lo han hecho temido, pero hoy en día a través del monitoreo constante de la zona llevado a cabo por el Instituto de Geofísica y Vulcanología, la ciencia es capaz de anunciar la aparición de más o menos importantes actividades volcánicas y por tanto avisar a la población. Nada que temer y sí mucho que ver.
Después de nuestra visita, tres años más tarde en junio de 2013 el Etna fue declarado Patrimonio Natural de la Humanidad y por supuesto nos alegró el haber tomado la decisión de haberlo conocido de cerca. Para ello, contratamos por Internet una excursión organizada a una de las múltiples agencias que operan en Catania por un precio que rondaba los 40€ por persona.
Un magnífico mini bus nos recogió en nuestro hotel, sobre las 15:30h poniendo rumbo al Parque Natural. Tenemos que decir que es totalmente recomendable una excursión organizada con guía profesional si se desconoce el terreno ya que es incluso peligroso, pues hay que saber muy bien cuales son los senderos a escoger y por supuesto una gran condición física. Otra opción para subir casi, que no hasta la cumbre, es el teleférico con unos precios desorbitados como pasa también en el Teide.
Después de una ascensión considerable, visitamos una cueva volcánica, equipados con cascos y linternas para explorar con seguridad las profundidades de la gruta subterránea. Un guía experto nos explicó cómo se había formado la cueva y los fascinantes fenómenos secundarios a las erupciones. En el Monte Etna se encuentran más de 200 cuevas volcánicas. La mayoría de ellas están en un desarrollo vertical o sub vertical . Sólo unas pocas cuevas del Etna son horizontales y son por lo tanto más fáciles de ver. Fue una de ellas la que pudimos visitar. Una experiencia singular y que nos llamó mucho la atención.
Una vez acabada la visita a la cueva, volvimos a subir en el mini bus que después de un corto camino nos dejó junto a una vereda donde empezaba nuestro trekking de ascenso hacia la falda suroeste de la montaña.
El paisaje es cambiante y se iba volviendo más inhóspito a medida que íbamos ascendiendo. La condición física empezaba a flaquear y las cuestas se volvían más pronunciadas pero las vistas que se divisaban valían con creces aquellos esfuerzos.
Las grutas hechas de lava y las depresiones de los valles del Bove, hacen del Etna un destino privilegiado para el visitante de Sicilia. Siglos y siglos de erupciones han modificado el paisaje circundante, transformando la flora y la fauna mediterránea típica de Sicilia en un evocador ambiente casi lunar.
Un ambiente tutelado bajo la forma de parque natural, el Parque Natural del Etna, instituido desde 1987. Un vínculo indisoluble une Catania y el Etna: el volcán domina la ciudad desde lo alto y redibuja el panorama y el paisaje.
Un pequeño descanso en la caminata, nos permitió sacar algunas fotos del entorno y por supuesto de los participantes en la excursión.
Espectaculares las vistas de la costa siciliana en un día claro como el que nos tocó. Y si desde donde estábamos disfrutamos con lo que veíamos, nos faltaba un poco más de esfuerzo para reconocer el colosal panorama que se vislumbra cuando atisbamos una de sus cumbres.
Estábamos a más de 2000 metros sobre el nivel del mar y cualquier esfuerzo se veía agravado ya que la sangre circula más rápida y llevábamos unos cuantos kilometros recorridos por lo que las paradas iban siendo más frecuentes.
Cruzábamos paisajes asombrosos que nos regalaba la naturaleza, pasamos por bosques flóridos y desiertos de lava, entre extensiones de álamos, hayas, abedules y castaños, característicos de la flora del Etna e incluso tuvimos la ocasión de ver algunos ejemplares típicos de la fauna del volcán, como halcones o águilas.
Y por fin, nuestro punto final desde donde admiraríamos el borde del cráter situado en la ladera suroeste de la montaña y sin palabras para poder definirlo, sencillamente uno de los más espectaculares parajes que hemos visto en nuestros viajes.
Por supuesto, quedaba mucho por alcanzar la cumbre, solo permitido para profesionales del alpinismo, pero nuestra pequeña hazaña de llegar hasta donde llegamos, nos colmó de felicidad por haber conocido un entorno natural tan mágico y sobrecogedor.
La luz de la tarde estaba apagándose y nos quedaba por realizar el descenso, el guía nos indicó nuevamente el camino a seguir y nos despedimos de la montaña viva, el gran Monte Etna.
Una vez que llegamos a un mirador donde se asentaba un bar con terraza, la empresa organizadora de la excursión nos obsequió con una botella de vino blanco siciliano, mientras esperábamos el mini bus que nos retornaría a nuestro hotel en Catania.
No solo nos llevamos agujetas en esa gran tarde, nos llevamos un poquito de felicidad.