Lahic o Lahij o Lahici son los nombres que recibe esta pequeña población azerbaiyana asentada en el norte del país en pleno Cáucaso a unos 1200 metros de altitud, en el rayón de Ismayilli. Un pueblo prácticamente aislado durante siglos y siendo practicables sus caminos durante el verano únicamente. La carretera de montaña hasta el pueblo no fue construida hasta 1960.
El pueblo de Lahij es uno de los lugares habitados más antiguos de Azerbaiyán. El Reino Albano del Cáucaso dominó estas tierras y más tarde los Khanes de Shivan, aquellos que trasladaron su capital de Shamakhi a Bakú. Y desde el siglo VII cuentan que es famosa por las armas que fabrican y los utensilios de cobre tallados con decorados geométricos.
Este pueblo ha conservado una lengua propia llamada Lahiji que según los expertos está más cerca del farsi que del azerí, aunque casi todos sus habitantes hablan azarí y ruso. Los lugareños afirman afirman que Lahij lleva el nombre de la ciudad persa de Lahijun, y son descendientes de los habitantes de esta ciudad que emigraron a la zona hace más de 1000 años y que con ellos llegó la técnica del trabajo del cobre.
Esta técnica de trabajo ancestral del cobre en Lahij ha generado una seña de identidad a lo largo de los siglos que la Unesco decidió preservarla y por ello incluyó a "La artesanía del cobre de Lahij" en la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en al año 2015. Y hasta este lugar nos llevó nuestra ruta del día 4 de julio, si queréis conocer todo nuestro recorrido podéis leerlo en "Qué ver y visitar en Azerbaiyán, país de contrastes, en cinco días".
Veníamos desde Shamakhi y tomamos el desvío de 19 kilómetros entre curvas, barrancos y montañas preciosas hacia Lahij; estaban haciendo obras de ampliación y no era tan mala como habíamos leído. Cuando llegamos al pueblo nos hicieron aparcar en las afueras y tuvimos que caminar casi un kilómetro para llegar al centro.
El camino fue agradable pues a nuestra derecha teníamos el cañón que ha formado el río Girdimanchaj que discurre sobre un lecho rocoso gris y que en algunos momentos tenías que parar para saber si lo que veías era agua, también gris, o rocas. Vimos también algún que otro caballo con su jinete y es que este sigue siendo todavía un medio de transporte habitual en la zona.
Llegamos a su calle principal, empedrada con casas tradicionales de dos plantas y preparadas para soportar los terremotos que se producen en la zona. Casi todas las casas hoy son tiendas en su planta baja y como ya ocurre en casi todos estos lugares dedicados a la artesanía nos decepcionó bastante, porque tan solo vimos en funcionamiento dos talleres de cobre y lo demás eran tiendas de souvenires o de especias. El toc-toc de los martillos que resonaban en el pueblo ya prácticamente forma parte de su pasado.
En el siglo XIX cuentan las crónicas que Lahij contaba con más de 200 artesanos que trabajaban el cobre y tejían alfombras, sus productos eran vendidos en los bazares de Bagdad; en ese momento la población de Lahij se estimaba en unos 15.000 habitantes que se mantuvieron hasta la mitad del siglo XX. Tras la Segunda Guerra Mundial, las privaciones impuestas llevaron a mucha gente a morir de hambre y otros muchos emigraron buscando mejores condiciones de vida. Hoy Lahij tiene una población inferior a los 2.000 habitantes y la elaboración de piezas de cobre es una ayuda a la economía familiar, siendo pocos los que pueden vivir de esta actividad únicamente.
A pesar de esta transformación de los talleres de cobre en tiendas turísticas, si pudimos ver a dos artesanos trabajando en sus talleres. Uno estaba realizando trabajos de moldeado del material e incluso tenía un horno encendido donde metía la pieza para poder darle forma.
El otro esta haciendo trabajos de dibujos en las piezas, que en algún momento nos recordó al damasquinado de Toledo. Interesante sin más.
Cuando terminamos la calle principal y nos adentramos en algunas secundarias sin mayor interés, decidimos sentarnos a descansar un poco y tomar alguna cosa. Solamente vimos abierta una casa de té y allí fuimos. Por tres vasos de té, muy rico por cierto, y unas pastas que no habíamos pedido nos clavaron 15 manats (8€).
En el camino de vuelta a nuestro coche entramos en un par de tiendas que vendían artículos de cobre, pasamos por la fuente del pueblo en la que las mujeres iban con sus cántaros a por agua hasta casi finales del siglo XX cuando se llevó el agua a las casas a pesar de que en Lahij existe un complejo sistema de alcantarillado que recogía las aguas de las viviendas y que nadie sabe donde desemboca o desagua, siendo uno de los sistemas de alcantarillado más antiguos del mundo en uso todavía; creen que lo construyeron los emigrantes de Pérsia que llegaron a esta zona en el siglo IV-V.
Ya en nuestro coche, tuvimos que volver a recorrer otra vez los 19 kilómetros para llegar a la carretera principal, pero a unos pocos kilómetros paramos para visitar el Puente Colgante de Lahij sobre uno de los acantilados del río. Paco osó cruzarlo, cobraban 2 manats y Pilar con su vértigo se quedó mirando y perpetuando el momento.Muy bonita la zona.
Así nos despedíamos de Lahij proclamado Reserva Histórica y Cultural por el Soviet de Ministros de Azerbaiyán en 1980 y su artesanía del cobre, protegida por la Unesco desde 2015 pero que bajo nuestro criterio terminará desapareciendo. No diremos que no nos gustó pero sí nos desencantó el pueblo y no creemos que merezca la pena una visita exclusiva al lugar.
Yorumlar